martes, 20 de marzo de 2012

Generación bisagra

Pertenezco a una generación que podríamos denominar en muchos aspectos, bisagra. Bisagra, porque hemos visto a nuestros padres deslomarse para sacar adelante a sus hijos, para que pudiéramos labrarnos un porvenir con una formación y estudios que en muchos casos ellos no pudieron más que soñar, y sin embargo hemos sido testigos del derroche y menosprecio de valores que ha sucedido con el devenir de los tiempos; bisagra, porque hemos visto a nuestros progenitores ponerse en nuestro lugar cuando venían mal dadas, y también hemos visto a congéneres dejar a sus padres hundirse en la miseria después de tanto sacrificio por inconsciencia e inmadurez.
Somos una generación bisagra porque confluimos entre la cultura del esfuerzo y la generación del derroche a quienes las cosas les han venido dadas.
Ilustrativa y de rabiosa actualidad es la frase: “Nuestros jóvenes de hoy en día aman el lujo, tienen pésimos modales y desdeñan la autoridad, muestran muy poco respeto por sus superiores y pierden el tiempo yendo de un lado para otro, y están siempre dispuestos a contradecir a sus padres y tiranizar a sus maestros”. La frase en cuestión es de Sócrates, siglo IV a.C., y refleja perfectamente el tópico que se reproduce a través del tiempo sobre los adolescentes.
Si algo se echa en falta hoy en día, y mira que hay necesidad, son los principios y valores. Con una cabeza bien amueblada y unos valores bien asentados en ella, no sería tan difícil afrontar el cambio de era que vivimos. Hemos sido criados con gran autonomía y capacidad de sacrificio, y oso atreverme a generalizar porque estoy seguro de que muchas y muchos de mi generación se sienten identificados con estas letras. Hemos pasado muchos años labrándonos un futuro prometedor y muy ilusionante, e incluso hemos tenido que atravesar largos, tediosos e interminables años de oposición con el, en ocasiones utópico y lejanísimo, consuelo de pensar que nos espera un futuro mejor y que el esfuerzo y el sacrificio es el camino más honroso y recto de alcanzar el éxito.

¿Pero de qué éxito estamos hablando? Si años ha uno podía imaginar que triunfar en la vida implicaba tener un puesto de trabajo que a uno le granjeara prestigio, consideración social, reconocimiento y por supuesto un sueldo con que vivir sin demasiadas apreturas, todo esto ha tenido que ser reinventado a marchas forzadas. Uno no tiene más que poner cierta cadena de televisión (con sólo pensar su nombre pierdo vocabulario) y ver que cuanto más golfo y caradura es uno, más simpático resulta y mejor se gana la vida. Pues nada de eso, pienso seguir con mi existencia digna y ganarme los cuartos con el sudor de mi frente, que afortunadamente para mí los valores que de bien pequeñito me inculcaron siguen siendo el punto angular de mi actuar. Parece que hayan pasado siglos desde que si a uno le reñía una persona mayor por la calle por armar escándalo, uno se marchaba de allí compungido y avergonzado; ahora si recriminas a un adolescente algún comportamiento incívico lo más fácil es que, además de insultarte, te escupa o te lleves alguna torta.

¿Tanto hemos involucionado en tan poco tiempo? Eso y mucho más...llegados los tiempos en que los dirigentes elegidos por los ciudadanos no hacen más que vendernos al mejor postor sin miramiento ninguno y que no dudan en dejarnos en la más absoluta miseria a la voz de que cuidan de nosotros mejor que nosotros mismos, no queda otra que hacer una limpieza total y absoluta.

Llegado a este momento, se hace buena aquella frase que decía que los pañales y los políticos deben ser cambiados con frecuencia...y ambos por los mismos motivos. Y es que algo que no concibo es que un mal llamado servidor público (me viene a la mente cierto ilustrado que decía que la política es el arte de servirse del pueblo haciendo ver que se sirve al pueblo) no sólo no reconozca los errores o actos dolosos que haya llevado a cabo en el desempeño de sus funciones, sino que además se excuse alegando que siempre su actuación se cierne a la más férrea defensa del interés público. Eso, y la necesidad imperiosa de que el que haya cometido hechos reprochables desde el punto de vista social y/o legal cumpla y se responsabilice de los mismos, son condiciones sine quae non para que el tránsito de era se lleve a cabo de forma menos traumática e incluso satisfactoria.

Vengo de una época en que dar mi palabra o estrechar la mano suponía adquirir un compromiso que para mi conciencia y actuar posterior era inquebrantable. Menudo ejemplo se está dando desde las instituciones con tanta farsa, mentira, falsas promesas y otras atrocidades. Desde luego siento una profunda vergüenza por ciertos personajes, dirigentes políticos muchas veces, que pretenden dar una imagen pública de perfección y luego sólo pueden ser ejemplo de hipocresía e insensatez. Si uno de esos (no doy nombres pero los hay de varios colores políticos) fuera progenitor mío, a bien seguro ya me hubiera cambiado el apellido.

Y es que también somos unos cuantos ciudadanos de a pie que en nuestro trabajo asumimos ciertas responsabilidades de carácter público y social, y en ocasiones grandes responsabilidades, diría yo. Por supuesto, mal valoradas y peor pagadas. Me considero una de esas "rara avis" que hace las cosas por vocación. Sí, llevo muchos años con el perverso convencimiento de que tengo vocación, y de que mis valores y principios hacen que a pesar de lo angosto que se hace el camino en tantas ocasiones, todo tenga un sentido y merezca la pena. No me medico por si un día abro los ojos y aprecio que el mundo está tan corrompido que nada merece la pena, porque estoy convencido de que por torcido que se presente el día, seguro que podemos encontrar una solución satisfactoria. Nos pueden quitar el sueldo, el trabajo, los derechos que tantos años y esfuerzo han costado...pero no pueden quitarnos la ilusión por salir adelante, por ser mejores personas cada día, y tampoco pueden quitarnos el sentido del humor tan nuestro y que es aquella válvula de escape que nos procura unas risas cuando más lo necesitamos.

Estoy convencido de que quien mete la mano en la caja o que quien perjura en público dejarse la vida por los ciudadanos al tiempo que nos quita lo nuestro es poco inteligente; sistémicamente es lo peor que pueden hacer por sí mismos y por sus seres queridos, porque todo ese mal les va a volver multiplicado. Dormir con la conciencia tranquila no tiene precio, y el mejor pago por hacer el bien, pero por hacerlo de verdad, debe ser la satisfacción de haber hecho lo que toca. El dinero va y viene y es muy relativo, y seguro que el día que marchemos de este mundo dinero y pecados nos sobran (como dice la dichología popular); lo que nos llevaremos serán los buenos momentos y aquello que hemos dedicado a hacer felices a los demás.

Como decía, uno dedica un gran esfuerzo a tener una satisfactoria, plena y segura vida profesional, cuando recibe garrotazos, portazos y amenazas. Los de mi generación estamos preparados para eso y para mucho más. Hemos vivido la escasez, y podemos volverla a vivir. Ahora bien, el planteamiento cambia: uno trae al mundo a una personita, y el protocolo no es el mismo; los valores y principios a inculcar siguen intactos, lo que cambia es el contexto. Con la que está cayendo hay que estar más preparado si cabe para salir adelante, porque ser una buena persona es un objetivo más difícil de conseguir. Seguimos con el mismo reto de conseguir hacer de nuestro retoño una buena persona, y a ello vamos a seguir dedicando nuestro esfuerzo; se trata de predicar con el ejemplo, algo que a que quien no esté acostumbrado seguro que le parece utópico, pero que a quienes hemos vivido según nuestras posibilidades y poniendo consciencia de lo que hacemos, implica seguir un pasito más adelante de nuestra propia evolución.

Que no nos falte ilusión a diario para emprender una nueva jornada, ni sentido del humor para reírse de uno mismo y del resto en general.