sábado, 29 de septiembre de 2012

La papilla y la linterna


Llevo en mi maleta una mancha de papilla, y no la pienso limpiar. Me la hizo Emília hace unos días cuando me afanaba en preparar el equipaje para viajar por unos días. A ella no le importó estar embadurnada en potaje, ni que yo estuviera ordenando los bártulos; simplemente le resultaba divertido ver aquellos trastos de colores y texturas diversas y lo que quería era “ayudar” a su manera.

Cuando bajo del avión y veo la mancha, recuerdo que viajo para poderle dar un mejor porvenir, que me ausento para labrar mejor su devenir. Precisamente esta mañana, al poco de subir al metro de Madrid, ataviado con la maleta y por supuesto con la mancha, oigo una voz en mi vagón; se trata de un padre de familia que, tras excusarse por las molestias y aclarar que no pide limosna, ofrece por un módico precio de 3 euros unas linternas con dinamo que, según asegura, venden algunos centros comerciales por 5 euros bajo el lema de que ayudan a la sostenibilidad de la Tierra. El hombre, con fingida alegría pero con cara de amargura, comenta a media risa (forzada) que a él vender las linternas por 3 euros le ayuda a la sostenibilidad de sus hijos. También vende mecheros a pilas dos unidades un euro, y paraguas por 3 euros.

No sé si la historia del padre de familia es cierta, ni si las linternas ayudan a preservan el planeta. Lo que sí sé es que cada día se oyen más historias de personas que tienen que reinventarse a fin de poder subvenir a las necesidades y dificultades para poder salir airoso. Yo no vendo linternas, pero me he visto en la piel del “linternero”; se trata de una cuestión de coraje, de amor propio, de ganas de salir adelante. Total, que me hallaba yo en esos pensamientos y en que en unas horas tenía un importante examen, cuando el señor ha desaparecido de mi vista; el caso es que no me ha dado tiempo a ayudarle, pero sobre todo a que me ayudara, ya que Madrid amaneció lluviosa y yo he tenido que permanecer un par de horas a la intemperie. Eso sí, la mancha sigue perenne en mi maleta, recordándome la importancia de tener ilusiones, de reinventarse para conseguir dejar, en definitiva, más que un mundo mejor para mi hija, a la mejor hija posible en este mundo.