miércoles, 23 de mayo de 2012

La IN-justicia

Un día cualquiera de una semana cualquiera, uno se desayuna pensando que, aquella nación en la que ha sido criado y en la que ha crecido, de la que se supone pertenece a una civilización “desarrollada”, no es sino una “polis” comandada por una panda de seres atávicos, más cercanos a dirigir personas ataviadas con pieles de animales en busca de alimento con que poder subsistir, con una diferencia; el interés común, si quiera modalizado, ha regido al hombre en las sociedades en que históricamente ha venido agrupándose. Ahora bien, hay cosas de las que uno no parece saciarse nunca, como son el poder y el dinero. Por más que se tenga. Eso es así y no creo que cambie, por desgracia. Cuando la sociedad ha “evolucionado”, siempre ha habido algún “prima facies”, lo que viene siendo un “jeta avispado” que se aprovecha de la ingenuidad, ignorancia, o buena fe del prójimo. Y eso duele, vaya si duele.

Duele porque uno cree que la Justicia es Justicia, que puede confiar en el Tercer Poder como auténtico moderador en la aplicación de las normas, como vigilante erigido en defensor de aquellos intereses puestos en conflicto con arreglo a una serie de disposiciones y criterios, como la equidad y el sentido común que va a hacer que la convivencia entre humanos resulte de lo más placentera. Pues no, señores, eso no es así.

Cuánto hemos cambiado, pero sobre todo cuánto hemos involucionado. Recuerdo leer a Darwin y su teoría de la Evolución de las especies, según el cual los miembros corporales que no eran utilizados, en sucesivas generaciones se iban atrofiando e incluso desapareciendo. Eso mismo nos ocurre a los humanos, que de usar tan poco la honestidad al final acabamos convirtiendo a la ruindad en la norma general.

Caramba, que yo vengo de un ambiente en que dar la palabra (“de honor”, cuando el honor era algo que tenía mucho valor para uno mismo y para la sociedad) y estrechar la mano era la forma habitual de cerrar un trato, y además eso podía hacerse valer donde quiera que fuera.

Como decía, uno se desayuna con que no, con que estamos más atrás que las sociedades primigenias en que al menos si quiera de pasada, se miraba por el interés general. Pero es que voy a acabar por no desayunar, porque al máximo representante de los Jueces y Magistrados le da por trabajar durante 20 fines de semana en tres años, de 5 días cada uno por lo menos (recuerden que la semana caribeña, de la que oí hablar por primera vez al saltar a la palestra este turbio asunto, dura como mínimo 5 días, esto es, desde el jueves hasta el martes), en un hotel a todo trapo en Marbella, alguien como yo que se dedica a esto se hace muchas preguntas. Pero sobre todo, esto choca frontalmente con la honestidad que se nos viene exigiendo a quienes nos hallamos a pie de estrado y que pagamos religiosamente de nuestro bolsillo cualquier dispendio que el ejercicio de nuestro cargo nos hace devengar, sin hablar por no querer alargarme en demasía de las largas jornadas que de forma gratuita presta uno para la Administración de Justicia, con el consuelo de saberse haciendo lo que le gusta, aquello por lo que ha luchado toda su vida, y que está contribuyendo a que todo vaya mejor, al Bien Común (quien no se consuela es porque no le da la gana).

Pues sí, se da de bruces con el buen nombre que históricamente se viene exigiendo a quienes ejercemos funciones jurisdiccionales. Saltan como resortes casos sangrantes, como la del juez Urquía, reinstaurado en su cargo después de haberse probado haber recibido cuantiosas dádivas por un reo a cambio de favores judiciales ; en cambio, nuestro Alto Tribunal (el adjetivo no viene precisamente por haberse granjeado tal distinción, sino por ser la última instancia), aplica otra doctrina cuando el encausado es otro personaje judicial como el Juez Garzón, inhabilitado por los siglos de los siglos tras un proceso judicial más cercenado que los derechos de un republicano en el Ministerio de Gobernación en la época franquista.

Un ciudadano de a pie con un mínimo de conciencia no e acaba de explicar cómo el Presidente del Consejo General del Poder Judicial, tras la denuncia interpuesta por otro Vocal del mismo órgano por una supuesta malversación de caudales públicos, se limite a salir en público diciendo que “6000 euros son una miseria” . ¿Una miseria? Dígaselo usted a quien no tiene para comer a fin de mes; qué poca empatía, por favor, teniendo en cuenta que este hombre representa o debería representar a un gran número de ciudadanos. Y si uno hace un ejercicio de reflexión, se acaba preguntando: ¿Qué órgano judicial tiene su sede en un hotel de gran lujo de Marbella donde se hospedó este personaje? Porque según él estaba trabajando. Vamos, un mínimo de decencia. Además de que por el jornal que no se gana pero que le pagamos todos los españoles podría tranquilamente abonar de su bolsillo los gastos para su manutención, si tuviera un mínimo de honradez ya habría salido a la opinión pública a desmentir los términos de la denuncia, dimitir del cargo del cual no se hace acreedor, admitir los hechos asumiendo el compromiso de reponer las cuantías económicas y pedir perdón…todo menos esperar a que sus colegas de la Fiscalía se hayan limitado a decir que no hay malversación. ¿Cómo que no hay malversación? No les ha dado tiempo a investigarlo; disculpen, pero hay que diferenciar que los gastos estén justificados, pues aportando facturas se justifican; otra cosa es que la Intervención del Consejo General del Poder Judicial autorice dicho gasto, intervención cuyo nombramiento depende del propio Consejo, del cual el Sr. Dívar es Presidente, no nos olvidemos.

Yo me baso en una máxima, y es que procuro vivir de forma que pasado el tiempo, echando la vista atrás, pueda sentirme satisfecho con aquello que hice, y de lo que me enorgullecería al contárselo a mis nietos. Creo que esta gentuza se ha criado en otros ambientes, o es que como dicen el poder corrompe a las personas. No estamos como para echar más leña al fuego, pero legislatura tras legislatura la Justicia ha venido siendo la hermana pobre, nadie se ha atrevido a meterle mano en los términos apropiados a cada vez, lo cual ha llevado a tener unas instituciones peor que decimonónicas (como algunos textos legislativos de peso).

No se trata de color político, de eso ya se encargan los descastados que nos dirigen y que por razón de cuotas de poder van colocando como fichas de dominó a sus candidatos en el Consejo; se trata de que por poner un símil, la mujer del César no debe sólo serlo, sino que además debe parecerlo. Por eso ha llegado el momento de dar un golpe de efecto y demostrar que somos una nación realmente evolucionada; por la calidad humana de sus nacionales, pero eso depende de cada uno de nosotros. Y muchas veces, cuando uno no actúa, ya ha actuado .