domingo, 26 de febrero de 2012

¡ SOY CANGURO ! (Parte 1)



¡ SOY CANGURO ! (Parte 1)

Digo esto con orgullo y satisfacción, sin querer pecar de pretencioso ni querer ponerme al nivel de porteadores de altura…todo ello después de mi primera, corta, inexperta, pero plenamente satisfactoria y enriquecedora práctica en el porteo. Mejor hubiera podido decir que soy canguro…EN PRÁCTICAS.
El porteo consiste, básicamente, en llevar a tu retoño encima; es algo así como “portar”, simple y llanamente. Desde los tiempos de “maricastaña” hemos visto aunque fuera en blanco y negro, algún reportaje de África (ese continente tan lejano…) en el que aparecían mujeres de color, realizando labores mil, con sus hijos a la espalda en telas de colores vivos (lo del color empecé a apreciarlo cuando las teles dejaron de ser en blanco y negro). Tengo que decir que hablo de los orígenes de este maravilloso mundo en el sentido de “los orígenes que yo tengo del porteo”. Cuando veía eso, pensaba: “Qué madres más modernas y enrolladas que llevan a sus hijos encima mientras laborean por casa”. Hoy pienso: “Lo que hace la necesidad, y es que en sociedades tan machistas en las que las mujeres hacen prácticamente todo, excepto cazar, en que al mismo tiempo crían y educan a sus hijos, preparan la comida, arreglan la casa (la choza de barro y paja), hacen la cama (el camastro de paja) y otras tantas cosas, no pueden dejarse en una esquina a sus hijos porque no tienen ni guarderías ni a una abuela que se quede con ellos mientras están ocupadas”. Por eso, como “el menester fa fer” como dicen en mi tierra (la necesidad hace hacer, en sentido literal), tuvieron que buscar el modo y manera de poder compaginar tantas actividades a la vez. Desde luego, eso ha sido posible por tratarse de mujeres, y es que yo no quiero ni imaginarme un hombre “de su casa” con el caldero al fuego, limpiando la choza, dando de comer al bebé, todo ello al mismo tiempo… ya nos habríamos extinguido.  
Lo vivo de los colores de aquellas telas es del todo étnico y cultural, aunque ahora parece que si te enrollas al cuerpo un fular bien colorido con tu peque dentro, según a ojos de cada quien, o te asemejas a un pobrecito que no tiene para el carro, o un cosmopolita súper moderno. Pues ni la una ni la otra, y es que la primera salida “oficial” de Emília a la calle, cinco días después de haber nacido, fue en fular. Gracias a la magnífica experiencia de Dora (desde aquí mi más sincero agradecimiento), y a sus cortas pero claras y ejemplificantes respuestas (“¿Cuándo puedo poner a la pitufa en el fular?” Cuando tú estés preparado para ello y te sientas seguro, porque la nena lleva nueve meses en el vientre de la madre y para ella es como si la llevaras en el vientre”). Dicho y hecho, fue ponerla al estilo canguro (doble nudo cruzado para más señas…el único que medio conozco) y dormirse, todo a una. Las dos horas que estuvo así no se despertó en ningún momento. Qué bueno poder contar con gente que comparte su experiencia, porque ir a contracorriente es lo que tiene (es lo que llamo el efecto salmón). Al principio las miradas curiosas de la gente con las que uno se cruza se tornan tiernas cuando ven asomar la cabecita de la nena. Eso no deja de resultar interesante, sobre todo para alguien como yo a quien llamar la atención no entra entre sus aficiones, y sí la discreción. Pero bueno, por una hija se hace eso y lo que haga falta.
Pilar, Pilar, cuánta paciencia has tenido que cultivar con un padre como el que has elegido para tu hija…espero que no te arrepientas de haberme hecho ver que el porteo es una de las mejores formas no sólo de llevar a Emília, sino como parte de una más que apropiada manera de criarla. Gracias por las tantísimas vueltas que te he hecho dar en búsqueda de un fular. Seguramente en la África continental debe haber muchas tribus que nada más casarse, a las mujeres, en vez de manteles y toallas les regalan varios fulares como dote; pero en Tenerife (que sigue siendo África), encontrar un fular llegó a convertirse en poco menos que una odisea. Pero como siempre que una cosa cuesta, no deja de tener su lado positivo; en este caso, haber dado con gente experta, con buena voluntad y ganas ha sido un premio que ha merecido la pena.
Siguiendo con esto de la paternidad, de COMpartir tareas y demás, por el matiz de “lo hacemos los dos”, más que “tú me ayudas con esto”, dado que la mayoría de tareas son cuestión de los dos (excepto dar el pecho por cuestiones obvias), tengo que decir que implicarse en cuidar de un bebé tiene efectos muy beneficiosos para la autoestima. No voy a negar que cambiar tres pañales en menos de una hora (fue un hecho puntual) y que encima a tu hija le dé por enchufar la fuentecita que tiene entre las piernecitas justo cuando le acabas de limpiar el culete y estás con el pañal limpio ya medio colocado, con remojón de la ropa que le ibas a poner incluido, puede desesperar al más paciente de los padres. Pues hasta eso tiene su lado bueno. Si la madre está algo preocupada por si ha hecho pis “nosecuántas” veces, cuando te ve todo mojado, con la ropa de la chiquilla goteando, con cara de “me faltan dos brazos para poder dar abasto”, su cara pasa de la preocupación a la carcajada más reconfortante que como padre puede uno obtener en estos casos. Será lista la niña…
Y justo en esto, lo del cambio de pañales, a uno también le sube la autoestima, aunque sea a costa de la de la propia madre. Lo de implicarse en el cuidado de un hijo, como decía, es lo que tiene. Sí, soy de esos padres que ha cambiado prácticamente todos los pañales de su hija en su primera semana de vida. Desde el primero (casi le pongo los dibujitos en el culo), hasta el que hace unos momentos le intentaba poner la madre y respecto del cual tuvo que cejar en su empeño. Porque no sé si es la niña, la imaginación de uno que es muy “casera” o qué, pero la mayor parte de las veces, cuando el padre le limpia el culete, la nena está tranquilita (salvo que el tema se haya ido de las manos y esté el asunto rebosante en sentido literal), vamos, que me atrevería a decir que disfruta viendo cómo el manazas de su padre la manipula. Cuento con varias ventajas, y es que la niña no tiene otro punto de referencia, porque como ni tiene amiguitas aún ni habla, no ha podido comparar con otros padres; ella sólo conoce a los suyos. No me quiero imaginar a mi hija diciéndome: “Pues el papá de María le cambia el pañal más rápido que tú, le canta una canción, le hace un masajito con aceites esenciales, y María dice que le gusta tanto que hasta se duerme y todo de lo relajada que se queda.” Ése sería un duro golpe para la autoestima de un padre aprendiz de mucho y maestro de nada, más oficioso que habilidoso, con un nivel de “patosidad” que sube la media a niveles preocupantes, pero que tiene unas ganas de hacer las cosas bien que quitan el hipo (a ver si es verdad que te quita el hipo, hija mía, porque en el manual de instrucciones que venía contigo no pone nada).
Pues fíjense, hasta para quitar el hipo es bueno el fular; uno pone a la nena dentro, y se relaja tanto que hasta se le va el hipo. El fular es bueno incluso para que la abuela no se resfríe. ¿Qué cómo? Pues sólo hay que saber ponerlo bien. En la segunda salida a la calle de Emília, con sus padres y abuela disfrazados de “hippis”, y su tía de Escarlata (en Tenerife estamos en Carnavales), decidimos sacar el carro de combate…porque en según qué lugares en Carnavales como no le pongas defensas al carro y lo dotes de artillería, estás perdido. Cuando el pelete empieza a hacer mella en esta abuela explotada que tiene menos derechos laborales que un chino clandestino de sótano sin ventilación en una fábrica textil (dicho sea con los debidos respetos), pero más ganas que Emília cuando ve la teta de su madre, esta abuela que viene del frío peninsular y que decide disfrutar del buen tiempo en cuerpo de una camisa casi tan gruesa como el papel de fumar, al estilo “hippie”, uno saca ese “trozo de tela tan largo y difícil de colocar”, se lo enrosca como el tapón de una gaseosa desde el cuello (las orejas por dentro) hasta el culo, y se empieza a templar, puedes leer en su cara lo que está pensando: “Pues va a resultar que este yerno mío que tiene tantas rarezas, usa la cabeza para pensar”.
Es un placer portear a mi hija, a uno le alegra el corazón, le enriquece el espíritu, pero sobre todo lo que más llena es ver la carita de placer de la nena, lo a gustito que duerme, y lo feliz que se la ve.

jueves, 23 de febrero de 2012

Homenaje a...

Estas letras están teñidas de la noble intención de hacer un homenaje a esas mujeres rebosantes de valentía que, con más o menos experiencia pero con todo el amor y coraje del mundo sacan a sus hijos adelante. Vamos a personificar e individualizarlo en un nombre, por ejemplo...Pilar.

Llámenme flojo, afeminado...me da igual. Yo vengo de esa época en la que tener pelo en el pecho y en las piernas era signo de hombría, y se me creía poco hombre por no ser excesivamente peludo; pero también soy de la época en que vestir vello es de antiguo, y con el mismo vello que antes esa una “nenaza”, ahora soy un oso. Nada de eso, yo soy hombre como el que más, con mi corazoncito, mis sentimientos, mi sensibilidad, y hago con todo eso lo que me da la gana...si mi mujer me deja, claro.

Digo todo esto porque las cosas hay que llamarlas por su nombre; decían los jurisconsultos romanos que "las cosas son lo que son, con independencia del nombre que se use para denominarlas". Y ya metiéndome en harina, el hecho de que las mujeres estén preparadas para gestar y parir, es una circunstancia que las dignifica más si cabe. Yo soy de los que cree que existe envidia de la sana, y basándome en ello, envidio el sentimiento de sentir que uno lleva en las entrañas una vida nueva, fruto del amor y del deseo.

Díganme que parir es un trauma que les creeré, pero tampoco podemos olvidar la naturaleza y sus hormonas como la Oxitocina y unas cuantas más, que hacen que la mujer "olvide" el dolor del parto; la sabiduría popular lo expresa con claridad meridiana; y así el refranero popular, personificado en mi abuela Amparo "la Caballera", decía que parir "es un mal sin escarmiento".

Difícil sentir siendo hombre los dolores y placeres de lo que supone dar a luz; y todas las sensaciones que vienen con ella. Pero no es menos noble acompañar a una madre (más si lo es de tu propio hijo) en todas y cada una de las experiencias concomitantes a todo ello, y participar del modo más activo posible desde que ni tan siquiera hay feto (tipo lenteja o garbanzo), con la mayor intensidad posible. Considero que esto también dignifica al hombre; y me paso por "la banda del forro" la elección política de lo que significa "Igualdad" en términos legales, la ley orgánica que la regula y toda la regulación que la desarrolla, al menos en cuanto a este escrito implica. Porque la igualdad no es Igualdad en sentido estricto (por naturaleza podríamos decir que es prácticamente imposible), sino que es equidad, equiparación, etc. La "Aequitas" del Imperio Romano ya establecía que la misma consistía en un criterio que dotaba de sentido a determinadas decisiones carentes aparentemente de fundamento; dejo apuntado a título de mero ejemplo, que salvo excepciones, sería absurdo exigir el mismo tiempo para clasificarse en una final olímpica de 100 metros lisos a hombres y mujeres, lo cual no implica que las mujeres sean el "sexo débil", sino que la naturaleza por regla general las ha dotado de una rapidez menor por menor musculatura; sin embargo, y en sentido inverso, exigir la misma capacidad intelectual para determinadas pruebas intelectivas a hombres y a mujeres coloca a los varones en inferioridad. Todo ello lo digo sin el menor atisbo ni de machismo ni de feminismo, pues quien me conoce bien sabe que tanto en mi esfera personal como en la profesional, hago de la equidad y de la justicia inmaterial mi vara de medir, junto con la justicia distributiva.

Esta epístola se dirige especialmente a una madre, para mí la mejor madre y sin duda alguna una persona digna de admirar y con quien convivir implica recibir a diario una cátedra más propia de las mejores facultades que del mero vivir conjunta y cotidianamente. He visto corredores mediocres hacer sus mejores marcas corriendo al lado de otros atletas mejores que ellos, y eso es precisamente lo que me sucede a mí. El refranero sigue siendo sabio al decir que "el que va con un cojo, al año cojo y medio" (del valenciano: "qui va amb un coix, a l'any coix i mig").

Pilar, ver tu capacidad de adaptación, sobreponerte a los dolores, al cansancio, a todos los obstáculos que se te van interponiendo en el camino, pero sobre todo ver tu sonrisa al sortear todos y cada una de las trabas a que te enfrentas, es básicamente lo que hace que si me tropiezo, me levante antes de haberme caído (aunque sea por dignidad). Sigo siendo el mismo "tapatroles" de siempre, sólo que tengo al mejor profesor al lado y que en este caso ese refranero tan listillo yerra cuando dice que "quod naturam non dat, Salamancam non praestat ("Lo que la naturaleza no da, Salamanca no lo presta"). Así que con un buen ejemplo a seguir, hasta el más torpe como yo puede hacer sus progresos con bastante decencia.

Escribo estas letras teniendo al lado al ser que hemos deseado, creado, querido, esperado y recibido con tanta illusión y alegría, que el moratón se me ha tornado verde (creo que se me ha hecho ya callo) en el antebrazo de tanto pellizcarme para cerciorarme de que esto está pasando de verdad. Me siento tan afortunado que me imbuye un sentimiento de gratitud que hace que sea mucho más comprensivo con todo aquello que me rodea.

Dicen que la paternidad te cambia la vida. A mí me la puso patas arriba a las primeras de cambio, y si bien los cambios nos producen temor e incertidumbre, en mi caso la experiencia me ha demostrado que los cambios siempre son para bien...o para mejor todavía. Qué listo era Darwin cuando formuló su Teoría de la Evolución de las Especies, de la que encontramos una versión más actual en un reciente anuncio de una bebida gasificada cuyo lema era algo así como "O te mueves, o caducas". Cuántas veces nos hemos dejado caducar por no movernos lo más mínimo, y cuánta energía hemos dedicado en balde a no movernos por miedo a lo bueno. Pues nada de eso, en el cambio de Era que nos hallamos viviendo es precisamente el movimiento lo que nos va a desatascar, y cuanto antes empecemos antes evolucionaremos y nos adaptaremos, y con ello haremos que todo cambie con nosotros.

Pilar, expreso mi gratitud a diario por todo lo bueno que me das cada instante y por cada momento que disfruto de tu compañía, y más viendo todo el tesón, dedicación y energía que dedicas para que la pequeña Emília sea una buena persona; estoy convencido de que vamos por el buen camino. En este sentido, me gusta recordar una cita del popular cantautor Lluís Llach, procesado en su día e incluso detenido en una ocasión a mitad de un recital por ser uno de los cabecillas y protagonistas de la "canción protesta", cuando decía que el mundo habrá cambiado cuando al preguntarle a un niño qué quiere ser de mayor, responda con franqueza y sin titubeos:"de mayor quiero ser buena persona". Como esposa no habría podido estar al lado de nadie mejor que tú; como madre, nos estás enseñando a la peque y a mí, segundo a segundo con tu ejemplo, el mejor modo de hacer las cosas; ¿qué más se puede pedir...?

domingo, 19 de febrero de 2012

Los comienzos

Empiezo esta andadura desde la incomodidad del sillón de un hospital (hasta la segunda noche no descubrí el modo de reclinarlo), pero a su vez desde el placer tan intenso que supone tener contigo a los dos seres más maravillosos con que uno se ha cruzado jamás.

A Pilar, la feliz mamá, esa mujer tan querida y admirada por mí, a quien un día tuve la suerte de encontrar en mi camino, no puedo sino reverenciarla. Lo que viví en el paritorio es inenarrable; después de sentirme cual gladiador de Roma a quien el pulgar del emperador salva la vida en la arena del coso cuando, a punto de nacer nuestra hija, la madre con el dolor de las contracciones acierta a decir un "déjalo" a la pregunta con ademán desairado pero totalmente rutinaria de la matrona cuando dice, moviendo la mano como haciendo correr el aire: "¿lo dejo o lo echo fuera?". Leñe, pensaba que se refería a algún apósito que llevaba puesto, y resultó que yo era el elemento "extraño".

Creo que Douglas en la película Espartaco no se sintió tan afortunado como yo, porque en apenas 3 minutos vino al mundo por esos misterios que tiene la naturaleza humana la pequeña Emília. Digo pequeña porque apenas pesó 2,600kg, pero no sé cómo ese "cuerpito" de apariencia frágil puede albergar tanta fuerza y sabiduría innata. Debe haber nacido con un gen hermano de la cebolla, porque es mirarla o cogerla al brazo y ponerme a llorar de la emoción; pues no sé, como no se parezcan en que va por capas que hay que quitar y poner en cada cambio de pañal o al bañarla, no me explico.
Esto es maravilloso, no deja de sorprenderme el misterio de la vida, pero cuando es tu propia hija a quien ayudas a nacer, a quien cortas el cordón y a quien coges en tus brazos nada más venir al mundo, toda la inmensidad de la galaxia más grandota que podamos conocer parece detenerse y empezar de nuevo con el contador a cero. No en vano se trata de una nueva vida, con todo lo que ello conlleva.

Parece como si nos estuviésemos estado preparando para esto desde hace mucho tiempo, si bien es la nena quien nos va guiando por estos derroteros a su ritmo (en cuanto pueda intentaré explicarle lo de los ciclos circadianos que creo que no lo tiene muy claro), con la sabiduría acumulada de la naturaleza ejemplificada en un bebé.

Cuánto contraste: tan frágil y con tanta fortaleza; tan pequeña pero con tanta grandeza; tan débil pero tan fuerte a la vez...y esto no ha hecho más que empezar. Parece como si los papás nos hubiésemos estado poniendo de acuerdo sobre las tareas y costumbres a adoptar con la llegada de la peque, pero lo bien cierto es que ni siquiera lo hemos hablado...salvo la promesa que hice de levantarme a cualquier hora de la noche si la nena o la madre lo necesitan, y que en su momento amplié al horario diurno ininterrumpido (eso fue en un dolor de madre, con ese sentimiento que tenemos algunos padres de cierta responsabilidad por no poder parir a nuestros hijos; pues si crié barriguita y todo, por solidaridad y para mimetizarme en el ambiente). Y es que parir, lo que se dice parir, no parimos. Eso sí, nos ponemos a parir con facilidad a nosotros mismos y a quien nos rodea. Tampoco podemos dar el pecho (esas pajitas conectadas a sendas botellitas que el papá se pone donde los pectorales; más pensadas para bebés prematuros que para padres "desficiosos" no entran en mis cálculos), pero vivir y sentir la paternidad no tiene parangón.

Nunca pensé que incoar tres hernias de disco por el sillón del hospital fuera tan placentero, ni que contracturarse la espalda por dos sitios a partir del tercer cambio de pañal (vamos a unos 9 por día) pudiera ser tan satisfactorio.

Espero no llegar a ser como esos padres que le ponen un marco a un pañal y presentan la obra a un concurso de "expresionismo", pero es verdad que tener a una hija en brazos, además de romperle a uno muchos esquemas, hace que la vida sea replanteada totalmente porque de momento se te pone todo un poco patas arriba, dicho sea en el mejor sentido de la palabra.

Tanto tiempo esperándola... podría estar mirándola, acunándola, oliéndola (me encanta), besándola...durante todo el día; y el siguiente lo empezaría de nuevo con la misma rutina y con la mayor ilusión.

Tal vez haya perdido el sentido del ridículo (recuerdo haberlo tenido hace tiempo) y haya recuperado un cursilismo que creía olvidado, pero como dije los esquemas cambian. Entre tomas, cambio de pañal y pequeñas cabezaditas, quiero compartir este sentimiento tan universal, gratificante y embriagador como es el de la paternidad. Gracias Pilar por tu fortaleza, por mostrar el camino a seguir, por tu ejemplo. Emília, gracias por colmarnos de felicidad y por ser tan bonica y encantadora; tu padre piensa estar dándote achuchones mientras te dejes.