domingo, 30 de diciembre de 2012

Publicación del relato: "Crema per a dos"

Hola:

Nos publican el último relato elaborado a medias con mi amiga Lucía, mentora en estas lides. Esto apunta al principio de una relación creativa que promete.

Lamento que los no valenciano-hablantes tengan dificultades, la creación en la lengua de Cervantes va a ser prolífica también.

Aquí os dejo el enlace:

http://ipremiderelatspulp.wordpress.com/2012/12/27/crema-per-a-dos-de-lucia-arenas-i-davit-benavent/

¡Feliz año nuevo!
Davit

lunes, 22 de octubre de 2012

Un suspiro

Hay momentos en la vida que duran un suspiro, y que por regla general suelen quedarse en nuestra retina y en nuestra mente por mucho tiempo. Ahora bien, ¿Qué es un suspiro? Y, mejor aún; ¿Cuánto dura un suspiro?


La Real Academia de la Lengua Española lo define como aquella “aspiración fuerte y prolongada seguida de una espiración, acompañada a veces de un gemido y que suele denotar pena, ansia o deseo”. Todo ello, sin acotar el lapso temporal que comprende. Sin embargo, también contiene una acepción según la cual es una “golosina que se hace de harina, azúcar y huevo”. A mí me gusta combinar ambas, porque cuando duermo a mi pequeña, al quedarse totalmente relajada y recién dormida, suele suspirar profundamente; es lo que yo amalgamaría y definiría como aquella aspiración consistente seguida de una espiración lenta y relajada, a la que sigue un gemidito que denota gustirrinín, y que en paladar sabe mucho mejor que una deliciosa golosina hecha de harina, azúcar y huevo. Ni sé cuánto dura ni me importa, porque el suspiro dura lo que tiene que durar, lo importante es vivirlo con intensidad.

Hay momentos en la vida que existen para ser vividos; podrían decirme que esto es una auténtica perogrullada, y lo es. Lo que no resulta tan evidente es que vivamos con conciencia, especialmente aquellos instantes que merecen ser vividos, aunque sea de verdad al menos una vez en la vida. Los ritmos de la vida tan moderna que nos empeñamos en seguir y que el sistema y los ritmos actuales tan voraces nos empujan a malvivir, en muchas ocasiones nos impiden disfrutar de ellos. Y yo digo que hay suspiros que uno no debiera perderse, y son precisamente aquellos que a uno lo hacen sentir más vivo y vital que nunca. El suspiro de una hija cuando duerme plácidamente es uno de los mejores ejemplos que se me ocurren.


sábado, 29 de septiembre de 2012

La papilla y la linterna


Llevo en mi maleta una mancha de papilla, y no la pienso limpiar. Me la hizo Emília hace unos días cuando me afanaba en preparar el equipaje para viajar por unos días. A ella no le importó estar embadurnada en potaje, ni que yo estuviera ordenando los bártulos; simplemente le resultaba divertido ver aquellos trastos de colores y texturas diversas y lo que quería era “ayudar” a su manera.

Cuando bajo del avión y veo la mancha, recuerdo que viajo para poderle dar un mejor porvenir, que me ausento para labrar mejor su devenir. Precisamente esta mañana, al poco de subir al metro de Madrid, ataviado con la maleta y por supuesto con la mancha, oigo una voz en mi vagón; se trata de un padre de familia que, tras excusarse por las molestias y aclarar que no pide limosna, ofrece por un módico precio de 3 euros unas linternas con dinamo que, según asegura, venden algunos centros comerciales por 5 euros bajo el lema de que ayudan a la sostenibilidad de la Tierra. El hombre, con fingida alegría pero con cara de amargura, comenta a media risa (forzada) que a él vender las linternas por 3 euros le ayuda a la sostenibilidad de sus hijos. También vende mecheros a pilas dos unidades un euro, y paraguas por 3 euros.

No sé si la historia del padre de familia es cierta, ni si las linternas ayudan a preservan el planeta. Lo que sí sé es que cada día se oyen más historias de personas que tienen que reinventarse a fin de poder subvenir a las necesidades y dificultades para poder salir airoso. Yo no vendo linternas, pero me he visto en la piel del “linternero”; se trata de una cuestión de coraje, de amor propio, de ganas de salir adelante. Total, que me hallaba yo en esos pensamientos y en que en unas horas tenía un importante examen, cuando el señor ha desaparecido de mi vista; el caso es que no me ha dado tiempo a ayudarle, pero sobre todo a que me ayudara, ya que Madrid amaneció lluviosa y yo he tenido que permanecer un par de horas a la intemperie. Eso sí, la mancha sigue perenne en mi maleta, recordándome la importancia de tener ilusiones, de reinventarse para conseguir dejar, en definitiva, más que un mundo mejor para mi hija, a la mejor hija posible en este mundo.

sábado, 21 de julio de 2012

Un día de guardia y otras hierbas

       Un día de guardia suele empezar con un cortado leche leche (lo que viene a ser un café bombón con leche). A partir de aquí, el resto es una incógnita.

       Podemos encontrar de todo; cuando digo de todo, me estoy refiriendo a “de todo”. Desde la vecina que no está mucho en sus cabales pidiendo órdenes de alejamiento a discreción, a la pareja de relación tormentosa que judicializa su relación “por amor” o mejor dicho, por desesperación a instancias de la mujer porque la ley la ampara pero lo bien cierto es que ambos son de “aúpa” y más apropiado sería dar un buen escarmiento a los dos, máxime teniendo en cuenta que hay hijos menores de por medio que lo que más recordarán el día de su cumpleaños no es la tarta que le preparó mamá, sino las tortas que se repartieron entre sí sus padres.

       Nos podemos encontrar con el “chorizo” que intenta hacer ver la existencia de un complot mundial contra él, a pesar de haber sido pillado de forma flagrante saliendo de la habitación de un hotel con unas tijeras con la punta doblada de forzar cerraduras y objetos personales de los moradores en sus bolsillos. También podemos encontrarnos frente a un antiguo homicida (¿Quién mata a otro es siempre un asesino, o cuando salda su deuda con la sociedad deja de serlo? Los antecedentes penales se cancelan con el tiempo, pero con los antecedentes sociales no me queda tan claro) que recién ha rebanado una oreja a un semejante sin despeinarse, tan seguro de sí mismo él, y tan fuera de sí una hora después debido al “mono”.

       Pero lo de los calabozos es para hacer una visita de vez en cuando, y eso es algo que procuro hacer (alguna crítica he recibido por ello). Todos somos muy hombres, muy mujeres, muy valientes y demás, pero en calabozos uno encuentra mucha miseria humana. He visto delincuentes bajo el síndrome de abstinencia dar botes que ni la Ruth Beitia (recién campeona de Europa de salto de altura), o corriendo más que un hámster en una pequeña jaula. Esto de cómico tiene bien poco, porque esta gente no quisiera estar así. También he visto a chicos descalabrarse en sentido literal contra la pared a cabezazo limpio.

       Uno no puede ser ajeno a ello, por mucho que quiera. Cada uno tenemos nuestra misión, pero no puedo dejar de preguntarme cuál es la diferencia entre ellos y yo. Estamos cada uno a un lado de la reja, esa es la principal a bote pronto. Seguramente yo he tenido la fortuna de encontrarme con un camino sin tantas espinas o con más florecillas. No puedo dejar de empatizar para ser un poco consciente de lo que se vive al otro lado de la reja, porque desde la comprensión todo fluye de otra manera. Tengo claro que no voy a reconducir a todos los “chorizos” del mundo, ni voy a deshabituar a todos los drogadictos (que no es que no quiera). Me considero un poco parecido al colibrí a quien preguntan los animales del bosque cuando un incendio está arrasando su bosque, mientras huyen, que qué hace que no se marcha (el colibrí se afana en echar agua a las llamas, al ritmo de una gotita cada vez aproximadamente): “Yo hago lo que me toca”, contesta el pajarillo convencido y concienciado de que él está cumpliendo con su parte.

       Ahora que está tan de moda que unos políticos de medio pelo retuerzan el sistema educativo ya de por sí bastante vapuleado, por el mero hecho de haber ganado unas elecciones y tener que desmontar lo que hizo el otro (que a su vez procuró desmontar lo que aquellos hicieron según este mismo modo de proceder cíclico y ridículo), uno se plantea que en vez de procurar por todos los medios que las nuevas generaciones sean tontas de remate y por ello muy manipulables, y que sólo puedan llegar a formarse adecuadamente los cachorros de los pudientes, mejor nos iría ocupándonos por formar a los estudiantes en materias útiles. Si ahora mismo tuviera que hacer la raíz cuadrada de 45, reconozco que sin la calculadora del móvil me vería en un aprieto. Ello, por no decir calcular una diferencial o una integral. Si de letras hablamos, puede que me costara sacar algún autor de la generación de 27 o del 98, o que me bailaran las fechas de la Revolución Francesa o el nombre de algunos reyes medievales. Pero ello no importa porque siempre puedo echar mano de una enciclopedia o de “san google”, a pesar de que no deja de ser cultura y que está muy bien saber todo eso.

       Pero, ¿por qué no nos formamos en valores, en educación emocional, en saber pensar por nosotros mismos? En Alemania se educa a los chavales en emociones, se intenta que tengan una educación emocional consistente, y en los países nórdicos (Finlandia, por poner un ejemplo) existe un núcleo duro en Educación al que los políticos, sus alternancias y sus vaivenes electorales están ajenos de todo punto. Son los educadores, los alumnos y sus padres quienes dicen y dejan de decir al respecto, de la mano de una comisión de expertos.

       ¿Tanto costaría poner un par de asignaturas (que no fueran “marías”) que tuvieran por finalidad hacer pensar por sí mismos con consciencia y actuar con corresponsabilidad y solidaridad con el semejante? Entiendo que de donde no hay no se puede sacar, y un dirigente que sólo se ocupa de escalar puestos políticos, meter el dedo en el ojo al adversario y llenar sus bolsillos si puede ser a manos llenas, poco tiempo le queda en pensar en los demás (salvo para machacarlos, véase así). Hasta a eso me llega la comprensión; caramba, pero al menos no impidan actuar a quienes realmente queremos hacer algo…

       Al fin y al cabo el hombre tiene vocación de vivir en sociedad, y en los tiempos que corren puede que el populacho nos vayamos o sigamos organizándonos y consigamos aquello que no es propio. Por poner un ejemplo, yo llevaría a los chavales preadolescentes y adolescentes a un centro penitenciario, o los haría pasar por unos calabozos. Puede que ver a chicos que con poco más de veinte años (aparentando más de cincuenta) que son auténticos desechos sociales y con las puertas de la vida digna en sociedad cerradas a cal y canto cumpla una finalidad de prevención especial, esto es, puede que les haga pensar en que cuando le dan la primera calada al porro o compran éxtasis líquido por internet, estén empezando a redactar su condena a muerte y se lo piensen dos veces. Porque los chavales no son conscientes de todo ello. Si los indicadores apuntan a que nuestra juventud es de las más mal encaminadas a nivel europeo (Europa, esa gran mentira…), en vez de ponerles la pierna encima para que no levanten cabeza (sí, yo también seguí el primer Gran Hermano) más nos valdría poner un granito de arena si quiera para que puedan decidir por sí mismos el camino a elegir pero con CONSCIENCIA.

       Cuando se habla de generación perdida y de deposiciones similares me da mucho coraje, porque no se habla de posibilidades y de materializar las mismas. Hay muchas cosas que a uno lo pueden dignificar día a día, y que a pesar de que muchas jornadas amanezcan gris oscuro, desde nuestro nivel de persona humana individual, podemos hacer muchísimo para que nuestra vida en sociedad sea óptima. Pero para ello es preciso que tomemos conciencia y que cada uno de nosotros aportemos lo mejor de uno mismo.








lunes, 25 de junio de 2012

UN DÍA CUALQUIERA

Un día cualquiera puede empezar a las seis de la mañana con biberón, limpieza de partes nobles, y a la calle con la niña enfundada en el fular. Uno comienza a callejear en busca del sueño de su hija cual vagabundo con afán de mejor fortuna, nada ajeno a las miradas de los viandantes cuyas caras suelen hablar por sí solas; que si vaya horas para ir con un crío por la calle, que si ya ves tú qué forma de criar a un bebé, que si esta juventud... A medida que avanza la mañana las caras van cambiando y suelen ser más agradables. Uno encuentra muchos peligros callejeros a los que hacer frente cual tortuga ninja, y es que un martillo mecánico o el butanero en plena faena (repartiendo bombonas, no malpiensen caramba) son peligros que me pueden despertar a la niña para desgracia mía.

Pero el peligro más peligroso que acecha las calles e impide el dulce estado de vigilia es el calor; para quien no lo sepa, Xátiva es como un horno pero sin el cómo. Seguro que así se entiende mejor que el otro día no me quedara más remedio que dormir a la niña haciendo viajecitos entre los yogurts y los congelados de mercadona. Claro, me toca poner cara de sompo, porque las empleadas al principio miran con ternura en plan qué padre más enrollado; al cabo de un rato ponen caras de ir a preguntarte, pero a la que hace 25 veces que has pasado por delante de sus narices moviéndote como si tuvieras unas tetas recién estrenadas y por supuesto tuvieras la imperiosa necesidad de que todo el mundo lo supiera (le va el movimiento a mi hija, qué se le va a hacer), empieza el tercer grado: esa nena duerme mucho, ¿no?; mira que cositaaaa; seguro que se te ahoga ahí dentro; ay chico que se te va a malacostumbrar por llevarla en ese trapo, y así sucesivamente.

Una vez se cansa uno de comentarios y en busca del encuentro con uno mismo y de la paz interior pero sobre todo huyendo de que le estén a uno haciendo comentarios en cada pasillo de mercadona, no sin antes haber comprado aunque sea un paquete de toallitas húmedas (tampoco es plan de largarse por la salida sin compra después de haber pasado una hora dando vueltas aprovechando el fresquito), uno sale a la calle buscando sombras como un perro callejero.

Es en ese momento cuando el que vende los cupones de extranjis por la calle te para y te pregunta a voz en grito: ¿eso que llevas ahí es un bebé? Y uno, que en ese momento no sabe si alargar la mano y soltarle una galleta por despertarme a la niña o hacerlo por el intrusismo profesional a la ONCE (he dicho vendedor de extranjis), se queda pensando: pregunta retórica me hace el tipo, porque ciego no está. Acto seguido me da la enhorabuena por la nena y se me olvida que casi le parto la boca por quebrar el sueño de mi ángel.

En los pueblos de Valencia las mujeres mayores suelen ser muy curiosas (como en todos lados, supongo). Pero hay una cosa que se llama espacio vital, y otra que es dormir a tu hija que no duerme. Por eso mi mujer ya no se extraña cuando me ve ponerme en posición de defensa, a mitad camino entre aquel cantante de medio pelo que bailaba con una manzana colgando de la oreja (no recuerdo su nombre) y un karateca a punto de repartir collejas a tutiplén, cuando nos encontramos con alguna señora mayor por la calle. Qué vicio de tocarme a la niña mientras duerme, ¿no saben que eso no se hace? Por menos de eso podrían ir al infierno, si es que esta senectud no respeta nada. A más de una le he tenido que parar la mano al vuelo. Si supieran lo que nos cuesta dormir a Emília lo comprenderían.

miércoles, 23 de mayo de 2012

La IN-justicia

Un día cualquiera de una semana cualquiera, uno se desayuna pensando que, aquella nación en la que ha sido criado y en la que ha crecido, de la que se supone pertenece a una civilización “desarrollada”, no es sino una “polis” comandada por una panda de seres atávicos, más cercanos a dirigir personas ataviadas con pieles de animales en busca de alimento con que poder subsistir, con una diferencia; el interés común, si quiera modalizado, ha regido al hombre en las sociedades en que históricamente ha venido agrupándose. Ahora bien, hay cosas de las que uno no parece saciarse nunca, como son el poder y el dinero. Por más que se tenga. Eso es así y no creo que cambie, por desgracia. Cuando la sociedad ha “evolucionado”, siempre ha habido algún “prima facies”, lo que viene siendo un “jeta avispado” que se aprovecha de la ingenuidad, ignorancia, o buena fe del prójimo. Y eso duele, vaya si duele.

Duele porque uno cree que la Justicia es Justicia, que puede confiar en el Tercer Poder como auténtico moderador en la aplicación de las normas, como vigilante erigido en defensor de aquellos intereses puestos en conflicto con arreglo a una serie de disposiciones y criterios, como la equidad y el sentido común que va a hacer que la convivencia entre humanos resulte de lo más placentera. Pues no, señores, eso no es así.

Cuánto hemos cambiado, pero sobre todo cuánto hemos involucionado. Recuerdo leer a Darwin y su teoría de la Evolución de las especies, según el cual los miembros corporales que no eran utilizados, en sucesivas generaciones se iban atrofiando e incluso desapareciendo. Eso mismo nos ocurre a los humanos, que de usar tan poco la honestidad al final acabamos convirtiendo a la ruindad en la norma general.

Caramba, que yo vengo de un ambiente en que dar la palabra (“de honor”, cuando el honor era algo que tenía mucho valor para uno mismo y para la sociedad) y estrechar la mano era la forma habitual de cerrar un trato, y además eso podía hacerse valer donde quiera que fuera.

Como decía, uno se desayuna con que no, con que estamos más atrás que las sociedades primigenias en que al menos si quiera de pasada, se miraba por el interés general. Pero es que voy a acabar por no desayunar, porque al máximo representante de los Jueces y Magistrados le da por trabajar durante 20 fines de semana en tres años, de 5 días cada uno por lo menos (recuerden que la semana caribeña, de la que oí hablar por primera vez al saltar a la palestra este turbio asunto, dura como mínimo 5 días, esto es, desde el jueves hasta el martes), en un hotel a todo trapo en Marbella, alguien como yo que se dedica a esto se hace muchas preguntas. Pero sobre todo, esto choca frontalmente con la honestidad que se nos viene exigiendo a quienes nos hallamos a pie de estrado y que pagamos religiosamente de nuestro bolsillo cualquier dispendio que el ejercicio de nuestro cargo nos hace devengar, sin hablar por no querer alargarme en demasía de las largas jornadas que de forma gratuita presta uno para la Administración de Justicia, con el consuelo de saberse haciendo lo que le gusta, aquello por lo que ha luchado toda su vida, y que está contribuyendo a que todo vaya mejor, al Bien Común (quien no se consuela es porque no le da la gana).

Pues sí, se da de bruces con el buen nombre que históricamente se viene exigiendo a quienes ejercemos funciones jurisdiccionales. Saltan como resortes casos sangrantes, como la del juez Urquía, reinstaurado en su cargo después de haberse probado haber recibido cuantiosas dádivas por un reo a cambio de favores judiciales ; en cambio, nuestro Alto Tribunal (el adjetivo no viene precisamente por haberse granjeado tal distinción, sino por ser la última instancia), aplica otra doctrina cuando el encausado es otro personaje judicial como el Juez Garzón, inhabilitado por los siglos de los siglos tras un proceso judicial más cercenado que los derechos de un republicano en el Ministerio de Gobernación en la época franquista.

Un ciudadano de a pie con un mínimo de conciencia no e acaba de explicar cómo el Presidente del Consejo General del Poder Judicial, tras la denuncia interpuesta por otro Vocal del mismo órgano por una supuesta malversación de caudales públicos, se limite a salir en público diciendo que “6000 euros son una miseria” . ¿Una miseria? Dígaselo usted a quien no tiene para comer a fin de mes; qué poca empatía, por favor, teniendo en cuenta que este hombre representa o debería representar a un gran número de ciudadanos. Y si uno hace un ejercicio de reflexión, se acaba preguntando: ¿Qué órgano judicial tiene su sede en un hotel de gran lujo de Marbella donde se hospedó este personaje? Porque según él estaba trabajando. Vamos, un mínimo de decencia. Además de que por el jornal que no se gana pero que le pagamos todos los españoles podría tranquilamente abonar de su bolsillo los gastos para su manutención, si tuviera un mínimo de honradez ya habría salido a la opinión pública a desmentir los términos de la denuncia, dimitir del cargo del cual no se hace acreedor, admitir los hechos asumiendo el compromiso de reponer las cuantías económicas y pedir perdón…todo menos esperar a que sus colegas de la Fiscalía se hayan limitado a decir que no hay malversación. ¿Cómo que no hay malversación? No les ha dado tiempo a investigarlo; disculpen, pero hay que diferenciar que los gastos estén justificados, pues aportando facturas se justifican; otra cosa es que la Intervención del Consejo General del Poder Judicial autorice dicho gasto, intervención cuyo nombramiento depende del propio Consejo, del cual el Sr. Dívar es Presidente, no nos olvidemos.

Yo me baso en una máxima, y es que procuro vivir de forma que pasado el tiempo, echando la vista atrás, pueda sentirme satisfecho con aquello que hice, y de lo que me enorgullecería al contárselo a mis nietos. Creo que esta gentuza se ha criado en otros ambientes, o es que como dicen el poder corrompe a las personas. No estamos como para echar más leña al fuego, pero legislatura tras legislatura la Justicia ha venido siendo la hermana pobre, nadie se ha atrevido a meterle mano en los términos apropiados a cada vez, lo cual ha llevado a tener unas instituciones peor que decimonónicas (como algunos textos legislativos de peso).

No se trata de color político, de eso ya se encargan los descastados que nos dirigen y que por razón de cuotas de poder van colocando como fichas de dominó a sus candidatos en el Consejo; se trata de que por poner un símil, la mujer del César no debe sólo serlo, sino que además debe parecerlo. Por eso ha llegado el momento de dar un golpe de efecto y demostrar que somos una nación realmente evolucionada; por la calidad humana de sus nacionales, pero eso depende de cada uno de nosotros. Y muchas veces, cuando uno no actúa, ya ha actuado .

lunes, 2 de abril de 2012

Diario de un bebé


Dicen que cada persona es un mundo…y los niños no son menos. Hay principios universales en el mundo del puerperio que contienen muchas excepciones; vamos, casi tantas como reglas generales. Así, eso de que “el baño es el mejor momento del bebé, es un rato para disfrute del bebé y de los padres”. Nosotros hemos pensado hasta en poner un trampolín a Emília a ver si se anima más, o incluso ponerle manguitos, pero la verdad es que hasta la fecha, el instante en que la nena entra en contacto con el agua es como estar viendo la escena de la ducha de Psicosis, con su musiquita y todo. Se pone a berrear cual pasajero del Titanic a punto de hundirse y no hay manera; ya podemos prepararle una atmósfera agradable, hablarle en tono dulce, susurrarle, cantarle cancioncitas como rezan los manuales al uso…nada. Y encima, si algún amigo te dice que su hija con días buceaba y que sacaba la naricita para tomar aire, después de hundirte en la miseria, al poco uno remonta y acaba pensando: : “A ver si va a ser que a la niña lo que le pasa es que quiere unas gafas de bucear…”.

Supongo que será cosa de tiempo, pero eso sí, es sacarla del agua y arrullarla, y pone la misma cara de un náufrago recién salvado por los equipos de rescate con su carita de agradecimiento y resoplando en tono de “uff, ha faltado poco”. No sé si los bebés son muy expresivos (por eso de “dicen que” y “todos los bebés”), pero nuestra Emília pone caras que hablan por sí solas, se le pueden leer las miradas a una legua vista.
Para nosotros, el mejor momento del día, igual que para ella, es el momento justo después del baño. La niña se queda relajadísima. Ahora falta adelantar ese momento cinco minutos antes; todo se andará. La madre y yo estamos analizando las circunstancias del caso cual brigada especializada, y creo que lo que nos falta es tiempo para ir adaptándonos y un poquito más de paciencia.

Otro tema de interés es el momento de dormirse. La doctrina mayoritaria se inclina por pensar que, o bien el bebé debe dejarse medio adormilado en la cuna para que se acabe de dormir solo, o bien el bebé debe dormirse solito en la cuna; nosotros seguimos la teoría alternativa según la cual nuestra hija como mejor y casi únicamente duerme en la cuna es, dejándola dormida profundamente. Y eso que ya hemos superado la fase en que la dejábamos dormida en la cuna y, al contacto con la sábana, abría los ojos como platos, se ponía tiesa como el palo de una escoba y empezaba a relinchar. Uno se siente en ese momento como si estuviera dejando a su hija dormir en la cama de un faquir; ni que las sábanas llevaran esencia de pinchos…De lo que no se me acaba de recuperar el corazón es de la sensación cuando, tarareando alguna cancioncilla o silbándosela dulcemente, acunando a la nena suavemente, ojitos cerrados, brazos caídos de relax…y de repente, al dejarla en la cuna, abre los ojos como en esas películas de miedo en que a alguien se le da por fiambre y en el momento menos esperado despierta; pero, como digo, esa fase la vamos superando.

Todos cuentan maravillas de sus hijos, y la verdad es que el amor de madre y de padre no tiene parangón. Pero rascando un poquito por debajo de tanta bondad, el que más y el que menos en algún momento nos hemos desesperado siquiera un pelín. Pero qué bonitos son nuestros hijos…

martes, 20 de marzo de 2012

Generación bisagra

Pertenezco a una generación que podríamos denominar en muchos aspectos, bisagra. Bisagra, porque hemos visto a nuestros padres deslomarse para sacar adelante a sus hijos, para que pudiéramos labrarnos un porvenir con una formación y estudios que en muchos casos ellos no pudieron más que soñar, y sin embargo hemos sido testigos del derroche y menosprecio de valores que ha sucedido con el devenir de los tiempos; bisagra, porque hemos visto a nuestros progenitores ponerse en nuestro lugar cuando venían mal dadas, y también hemos visto a congéneres dejar a sus padres hundirse en la miseria después de tanto sacrificio por inconsciencia e inmadurez.
Somos una generación bisagra porque confluimos entre la cultura del esfuerzo y la generación del derroche a quienes las cosas les han venido dadas.
Ilustrativa y de rabiosa actualidad es la frase: “Nuestros jóvenes de hoy en día aman el lujo, tienen pésimos modales y desdeñan la autoridad, muestran muy poco respeto por sus superiores y pierden el tiempo yendo de un lado para otro, y están siempre dispuestos a contradecir a sus padres y tiranizar a sus maestros”. La frase en cuestión es de Sócrates, siglo IV a.C., y refleja perfectamente el tópico que se reproduce a través del tiempo sobre los adolescentes.
Si algo se echa en falta hoy en día, y mira que hay necesidad, son los principios y valores. Con una cabeza bien amueblada y unos valores bien asentados en ella, no sería tan difícil afrontar el cambio de era que vivimos. Hemos sido criados con gran autonomía y capacidad de sacrificio, y oso atreverme a generalizar porque estoy seguro de que muchas y muchos de mi generación se sienten identificados con estas letras. Hemos pasado muchos años labrándonos un futuro prometedor y muy ilusionante, e incluso hemos tenido que atravesar largos, tediosos e interminables años de oposición con el, en ocasiones utópico y lejanísimo, consuelo de pensar que nos espera un futuro mejor y que el esfuerzo y el sacrificio es el camino más honroso y recto de alcanzar el éxito.

¿Pero de qué éxito estamos hablando? Si años ha uno podía imaginar que triunfar en la vida implicaba tener un puesto de trabajo que a uno le granjeara prestigio, consideración social, reconocimiento y por supuesto un sueldo con que vivir sin demasiadas apreturas, todo esto ha tenido que ser reinventado a marchas forzadas. Uno no tiene más que poner cierta cadena de televisión (con sólo pensar su nombre pierdo vocabulario) y ver que cuanto más golfo y caradura es uno, más simpático resulta y mejor se gana la vida. Pues nada de eso, pienso seguir con mi existencia digna y ganarme los cuartos con el sudor de mi frente, que afortunadamente para mí los valores que de bien pequeñito me inculcaron siguen siendo el punto angular de mi actuar. Parece que hayan pasado siglos desde que si a uno le reñía una persona mayor por la calle por armar escándalo, uno se marchaba de allí compungido y avergonzado; ahora si recriminas a un adolescente algún comportamiento incívico lo más fácil es que, además de insultarte, te escupa o te lleves alguna torta.

¿Tanto hemos involucionado en tan poco tiempo? Eso y mucho más...llegados los tiempos en que los dirigentes elegidos por los ciudadanos no hacen más que vendernos al mejor postor sin miramiento ninguno y que no dudan en dejarnos en la más absoluta miseria a la voz de que cuidan de nosotros mejor que nosotros mismos, no queda otra que hacer una limpieza total y absoluta.

Llegado a este momento, se hace buena aquella frase que decía que los pañales y los políticos deben ser cambiados con frecuencia...y ambos por los mismos motivos. Y es que algo que no concibo es que un mal llamado servidor público (me viene a la mente cierto ilustrado que decía que la política es el arte de servirse del pueblo haciendo ver que se sirve al pueblo) no sólo no reconozca los errores o actos dolosos que haya llevado a cabo en el desempeño de sus funciones, sino que además se excuse alegando que siempre su actuación se cierne a la más férrea defensa del interés público. Eso, y la necesidad imperiosa de que el que haya cometido hechos reprochables desde el punto de vista social y/o legal cumpla y se responsabilice de los mismos, son condiciones sine quae non para que el tránsito de era se lleve a cabo de forma menos traumática e incluso satisfactoria.

Vengo de una época en que dar mi palabra o estrechar la mano suponía adquirir un compromiso que para mi conciencia y actuar posterior era inquebrantable. Menudo ejemplo se está dando desde las instituciones con tanta farsa, mentira, falsas promesas y otras atrocidades. Desde luego siento una profunda vergüenza por ciertos personajes, dirigentes políticos muchas veces, que pretenden dar una imagen pública de perfección y luego sólo pueden ser ejemplo de hipocresía e insensatez. Si uno de esos (no doy nombres pero los hay de varios colores políticos) fuera progenitor mío, a bien seguro ya me hubiera cambiado el apellido.

Y es que también somos unos cuantos ciudadanos de a pie que en nuestro trabajo asumimos ciertas responsabilidades de carácter público y social, y en ocasiones grandes responsabilidades, diría yo. Por supuesto, mal valoradas y peor pagadas. Me considero una de esas "rara avis" que hace las cosas por vocación. Sí, llevo muchos años con el perverso convencimiento de que tengo vocación, y de que mis valores y principios hacen que a pesar de lo angosto que se hace el camino en tantas ocasiones, todo tenga un sentido y merezca la pena. No me medico por si un día abro los ojos y aprecio que el mundo está tan corrompido que nada merece la pena, porque estoy convencido de que por torcido que se presente el día, seguro que podemos encontrar una solución satisfactoria. Nos pueden quitar el sueldo, el trabajo, los derechos que tantos años y esfuerzo han costado...pero no pueden quitarnos la ilusión por salir adelante, por ser mejores personas cada día, y tampoco pueden quitarnos el sentido del humor tan nuestro y que es aquella válvula de escape que nos procura unas risas cuando más lo necesitamos.

Estoy convencido de que quien mete la mano en la caja o que quien perjura en público dejarse la vida por los ciudadanos al tiempo que nos quita lo nuestro es poco inteligente; sistémicamente es lo peor que pueden hacer por sí mismos y por sus seres queridos, porque todo ese mal les va a volver multiplicado. Dormir con la conciencia tranquila no tiene precio, y el mejor pago por hacer el bien, pero por hacerlo de verdad, debe ser la satisfacción de haber hecho lo que toca. El dinero va y viene y es muy relativo, y seguro que el día que marchemos de este mundo dinero y pecados nos sobran (como dice la dichología popular); lo que nos llevaremos serán los buenos momentos y aquello que hemos dedicado a hacer felices a los demás.

Como decía, uno dedica un gran esfuerzo a tener una satisfactoria, plena y segura vida profesional, cuando recibe garrotazos, portazos y amenazas. Los de mi generación estamos preparados para eso y para mucho más. Hemos vivido la escasez, y podemos volverla a vivir. Ahora bien, el planteamiento cambia: uno trae al mundo a una personita, y el protocolo no es el mismo; los valores y principios a inculcar siguen intactos, lo que cambia es el contexto. Con la que está cayendo hay que estar más preparado si cabe para salir adelante, porque ser una buena persona es un objetivo más difícil de conseguir. Seguimos con el mismo reto de conseguir hacer de nuestro retoño una buena persona, y a ello vamos a seguir dedicando nuestro esfuerzo; se trata de predicar con el ejemplo, algo que a que quien no esté acostumbrado seguro que le parece utópico, pero que a quienes hemos vivido según nuestras posibilidades y poniendo consciencia de lo que hacemos, implica seguir un pasito más adelante de nuestra propia evolución.

Que no nos falte ilusión a diario para emprender una nueva jornada, ni sentido del humor para reírse de uno mismo y del resto en general.

domingo, 26 de febrero de 2012

¡ SOY CANGURO ! (Parte 1)



¡ SOY CANGURO ! (Parte 1)

Digo esto con orgullo y satisfacción, sin querer pecar de pretencioso ni querer ponerme al nivel de porteadores de altura…todo ello después de mi primera, corta, inexperta, pero plenamente satisfactoria y enriquecedora práctica en el porteo. Mejor hubiera podido decir que soy canguro…EN PRÁCTICAS.
El porteo consiste, básicamente, en llevar a tu retoño encima; es algo así como “portar”, simple y llanamente. Desde los tiempos de “maricastaña” hemos visto aunque fuera en blanco y negro, algún reportaje de África (ese continente tan lejano…) en el que aparecían mujeres de color, realizando labores mil, con sus hijos a la espalda en telas de colores vivos (lo del color empecé a apreciarlo cuando las teles dejaron de ser en blanco y negro). Tengo que decir que hablo de los orígenes de este maravilloso mundo en el sentido de “los orígenes que yo tengo del porteo”. Cuando veía eso, pensaba: “Qué madres más modernas y enrolladas que llevan a sus hijos encima mientras laborean por casa”. Hoy pienso: “Lo que hace la necesidad, y es que en sociedades tan machistas en las que las mujeres hacen prácticamente todo, excepto cazar, en que al mismo tiempo crían y educan a sus hijos, preparan la comida, arreglan la casa (la choza de barro y paja), hacen la cama (el camastro de paja) y otras tantas cosas, no pueden dejarse en una esquina a sus hijos porque no tienen ni guarderías ni a una abuela que se quede con ellos mientras están ocupadas”. Por eso, como “el menester fa fer” como dicen en mi tierra (la necesidad hace hacer, en sentido literal), tuvieron que buscar el modo y manera de poder compaginar tantas actividades a la vez. Desde luego, eso ha sido posible por tratarse de mujeres, y es que yo no quiero ni imaginarme un hombre “de su casa” con el caldero al fuego, limpiando la choza, dando de comer al bebé, todo ello al mismo tiempo… ya nos habríamos extinguido.  
Lo vivo de los colores de aquellas telas es del todo étnico y cultural, aunque ahora parece que si te enrollas al cuerpo un fular bien colorido con tu peque dentro, según a ojos de cada quien, o te asemejas a un pobrecito que no tiene para el carro, o un cosmopolita súper moderno. Pues ni la una ni la otra, y es que la primera salida “oficial” de Emília a la calle, cinco días después de haber nacido, fue en fular. Gracias a la magnífica experiencia de Dora (desde aquí mi más sincero agradecimiento), y a sus cortas pero claras y ejemplificantes respuestas (“¿Cuándo puedo poner a la pitufa en el fular?” Cuando tú estés preparado para ello y te sientas seguro, porque la nena lleva nueve meses en el vientre de la madre y para ella es como si la llevaras en el vientre”). Dicho y hecho, fue ponerla al estilo canguro (doble nudo cruzado para más señas…el único que medio conozco) y dormirse, todo a una. Las dos horas que estuvo así no se despertó en ningún momento. Qué bueno poder contar con gente que comparte su experiencia, porque ir a contracorriente es lo que tiene (es lo que llamo el efecto salmón). Al principio las miradas curiosas de la gente con las que uno se cruza se tornan tiernas cuando ven asomar la cabecita de la nena. Eso no deja de resultar interesante, sobre todo para alguien como yo a quien llamar la atención no entra entre sus aficiones, y sí la discreción. Pero bueno, por una hija se hace eso y lo que haga falta.
Pilar, Pilar, cuánta paciencia has tenido que cultivar con un padre como el que has elegido para tu hija…espero que no te arrepientas de haberme hecho ver que el porteo es una de las mejores formas no sólo de llevar a Emília, sino como parte de una más que apropiada manera de criarla. Gracias por las tantísimas vueltas que te he hecho dar en búsqueda de un fular. Seguramente en la África continental debe haber muchas tribus que nada más casarse, a las mujeres, en vez de manteles y toallas les regalan varios fulares como dote; pero en Tenerife (que sigue siendo África), encontrar un fular llegó a convertirse en poco menos que una odisea. Pero como siempre que una cosa cuesta, no deja de tener su lado positivo; en este caso, haber dado con gente experta, con buena voluntad y ganas ha sido un premio que ha merecido la pena.
Siguiendo con esto de la paternidad, de COMpartir tareas y demás, por el matiz de “lo hacemos los dos”, más que “tú me ayudas con esto”, dado que la mayoría de tareas son cuestión de los dos (excepto dar el pecho por cuestiones obvias), tengo que decir que implicarse en cuidar de un bebé tiene efectos muy beneficiosos para la autoestima. No voy a negar que cambiar tres pañales en menos de una hora (fue un hecho puntual) y que encima a tu hija le dé por enchufar la fuentecita que tiene entre las piernecitas justo cuando le acabas de limpiar el culete y estás con el pañal limpio ya medio colocado, con remojón de la ropa que le ibas a poner incluido, puede desesperar al más paciente de los padres. Pues hasta eso tiene su lado bueno. Si la madre está algo preocupada por si ha hecho pis “nosecuántas” veces, cuando te ve todo mojado, con la ropa de la chiquilla goteando, con cara de “me faltan dos brazos para poder dar abasto”, su cara pasa de la preocupación a la carcajada más reconfortante que como padre puede uno obtener en estos casos. Será lista la niña…
Y justo en esto, lo del cambio de pañales, a uno también le sube la autoestima, aunque sea a costa de la de la propia madre. Lo de implicarse en el cuidado de un hijo, como decía, es lo que tiene. Sí, soy de esos padres que ha cambiado prácticamente todos los pañales de su hija en su primera semana de vida. Desde el primero (casi le pongo los dibujitos en el culo), hasta el que hace unos momentos le intentaba poner la madre y respecto del cual tuvo que cejar en su empeño. Porque no sé si es la niña, la imaginación de uno que es muy “casera” o qué, pero la mayor parte de las veces, cuando el padre le limpia el culete, la nena está tranquilita (salvo que el tema se haya ido de las manos y esté el asunto rebosante en sentido literal), vamos, que me atrevería a decir que disfruta viendo cómo el manazas de su padre la manipula. Cuento con varias ventajas, y es que la niña no tiene otro punto de referencia, porque como ni tiene amiguitas aún ni habla, no ha podido comparar con otros padres; ella sólo conoce a los suyos. No me quiero imaginar a mi hija diciéndome: “Pues el papá de María le cambia el pañal más rápido que tú, le canta una canción, le hace un masajito con aceites esenciales, y María dice que le gusta tanto que hasta se duerme y todo de lo relajada que se queda.” Ése sería un duro golpe para la autoestima de un padre aprendiz de mucho y maestro de nada, más oficioso que habilidoso, con un nivel de “patosidad” que sube la media a niveles preocupantes, pero que tiene unas ganas de hacer las cosas bien que quitan el hipo (a ver si es verdad que te quita el hipo, hija mía, porque en el manual de instrucciones que venía contigo no pone nada).
Pues fíjense, hasta para quitar el hipo es bueno el fular; uno pone a la nena dentro, y se relaja tanto que hasta se le va el hipo. El fular es bueno incluso para que la abuela no se resfríe. ¿Qué cómo? Pues sólo hay que saber ponerlo bien. En la segunda salida a la calle de Emília, con sus padres y abuela disfrazados de “hippis”, y su tía de Escarlata (en Tenerife estamos en Carnavales), decidimos sacar el carro de combate…porque en según qué lugares en Carnavales como no le pongas defensas al carro y lo dotes de artillería, estás perdido. Cuando el pelete empieza a hacer mella en esta abuela explotada que tiene menos derechos laborales que un chino clandestino de sótano sin ventilación en una fábrica textil (dicho sea con los debidos respetos), pero más ganas que Emília cuando ve la teta de su madre, esta abuela que viene del frío peninsular y que decide disfrutar del buen tiempo en cuerpo de una camisa casi tan gruesa como el papel de fumar, al estilo “hippie”, uno saca ese “trozo de tela tan largo y difícil de colocar”, se lo enrosca como el tapón de una gaseosa desde el cuello (las orejas por dentro) hasta el culo, y se empieza a templar, puedes leer en su cara lo que está pensando: “Pues va a resultar que este yerno mío que tiene tantas rarezas, usa la cabeza para pensar”.
Es un placer portear a mi hija, a uno le alegra el corazón, le enriquece el espíritu, pero sobre todo lo que más llena es ver la carita de placer de la nena, lo a gustito que duerme, y lo feliz que se la ve.

jueves, 23 de febrero de 2012

Homenaje a...

Estas letras están teñidas de la noble intención de hacer un homenaje a esas mujeres rebosantes de valentía que, con más o menos experiencia pero con todo el amor y coraje del mundo sacan a sus hijos adelante. Vamos a personificar e individualizarlo en un nombre, por ejemplo...Pilar.

Llámenme flojo, afeminado...me da igual. Yo vengo de esa época en la que tener pelo en el pecho y en las piernas era signo de hombría, y se me creía poco hombre por no ser excesivamente peludo; pero también soy de la época en que vestir vello es de antiguo, y con el mismo vello que antes esa una “nenaza”, ahora soy un oso. Nada de eso, yo soy hombre como el que más, con mi corazoncito, mis sentimientos, mi sensibilidad, y hago con todo eso lo que me da la gana...si mi mujer me deja, claro.

Digo todo esto porque las cosas hay que llamarlas por su nombre; decían los jurisconsultos romanos que "las cosas son lo que son, con independencia del nombre que se use para denominarlas". Y ya metiéndome en harina, el hecho de que las mujeres estén preparadas para gestar y parir, es una circunstancia que las dignifica más si cabe. Yo soy de los que cree que existe envidia de la sana, y basándome en ello, envidio el sentimiento de sentir que uno lleva en las entrañas una vida nueva, fruto del amor y del deseo.

Díganme que parir es un trauma que les creeré, pero tampoco podemos olvidar la naturaleza y sus hormonas como la Oxitocina y unas cuantas más, que hacen que la mujer "olvide" el dolor del parto; la sabiduría popular lo expresa con claridad meridiana; y así el refranero popular, personificado en mi abuela Amparo "la Caballera", decía que parir "es un mal sin escarmiento".

Difícil sentir siendo hombre los dolores y placeres de lo que supone dar a luz; y todas las sensaciones que vienen con ella. Pero no es menos noble acompañar a una madre (más si lo es de tu propio hijo) en todas y cada una de las experiencias concomitantes a todo ello, y participar del modo más activo posible desde que ni tan siquiera hay feto (tipo lenteja o garbanzo), con la mayor intensidad posible. Considero que esto también dignifica al hombre; y me paso por "la banda del forro" la elección política de lo que significa "Igualdad" en términos legales, la ley orgánica que la regula y toda la regulación que la desarrolla, al menos en cuanto a este escrito implica. Porque la igualdad no es Igualdad en sentido estricto (por naturaleza podríamos decir que es prácticamente imposible), sino que es equidad, equiparación, etc. La "Aequitas" del Imperio Romano ya establecía que la misma consistía en un criterio que dotaba de sentido a determinadas decisiones carentes aparentemente de fundamento; dejo apuntado a título de mero ejemplo, que salvo excepciones, sería absurdo exigir el mismo tiempo para clasificarse en una final olímpica de 100 metros lisos a hombres y mujeres, lo cual no implica que las mujeres sean el "sexo débil", sino que la naturaleza por regla general las ha dotado de una rapidez menor por menor musculatura; sin embargo, y en sentido inverso, exigir la misma capacidad intelectual para determinadas pruebas intelectivas a hombres y a mujeres coloca a los varones en inferioridad. Todo ello lo digo sin el menor atisbo ni de machismo ni de feminismo, pues quien me conoce bien sabe que tanto en mi esfera personal como en la profesional, hago de la equidad y de la justicia inmaterial mi vara de medir, junto con la justicia distributiva.

Esta epístola se dirige especialmente a una madre, para mí la mejor madre y sin duda alguna una persona digna de admirar y con quien convivir implica recibir a diario una cátedra más propia de las mejores facultades que del mero vivir conjunta y cotidianamente. He visto corredores mediocres hacer sus mejores marcas corriendo al lado de otros atletas mejores que ellos, y eso es precisamente lo que me sucede a mí. El refranero sigue siendo sabio al decir que "el que va con un cojo, al año cojo y medio" (del valenciano: "qui va amb un coix, a l'any coix i mig").

Pilar, ver tu capacidad de adaptación, sobreponerte a los dolores, al cansancio, a todos los obstáculos que se te van interponiendo en el camino, pero sobre todo ver tu sonrisa al sortear todos y cada una de las trabas a que te enfrentas, es básicamente lo que hace que si me tropiezo, me levante antes de haberme caído (aunque sea por dignidad). Sigo siendo el mismo "tapatroles" de siempre, sólo que tengo al mejor profesor al lado y que en este caso ese refranero tan listillo yerra cuando dice que "quod naturam non dat, Salamancam non praestat ("Lo que la naturaleza no da, Salamanca no lo presta"). Así que con un buen ejemplo a seguir, hasta el más torpe como yo puede hacer sus progresos con bastante decencia.

Escribo estas letras teniendo al lado al ser que hemos deseado, creado, querido, esperado y recibido con tanta illusión y alegría, que el moratón se me ha tornado verde (creo que se me ha hecho ya callo) en el antebrazo de tanto pellizcarme para cerciorarme de que esto está pasando de verdad. Me siento tan afortunado que me imbuye un sentimiento de gratitud que hace que sea mucho más comprensivo con todo aquello que me rodea.

Dicen que la paternidad te cambia la vida. A mí me la puso patas arriba a las primeras de cambio, y si bien los cambios nos producen temor e incertidumbre, en mi caso la experiencia me ha demostrado que los cambios siempre son para bien...o para mejor todavía. Qué listo era Darwin cuando formuló su Teoría de la Evolución de las Especies, de la que encontramos una versión más actual en un reciente anuncio de una bebida gasificada cuyo lema era algo así como "O te mueves, o caducas". Cuántas veces nos hemos dejado caducar por no movernos lo más mínimo, y cuánta energía hemos dedicado en balde a no movernos por miedo a lo bueno. Pues nada de eso, en el cambio de Era que nos hallamos viviendo es precisamente el movimiento lo que nos va a desatascar, y cuanto antes empecemos antes evolucionaremos y nos adaptaremos, y con ello haremos que todo cambie con nosotros.

Pilar, expreso mi gratitud a diario por todo lo bueno que me das cada instante y por cada momento que disfruto de tu compañía, y más viendo todo el tesón, dedicación y energía que dedicas para que la pequeña Emília sea una buena persona; estoy convencido de que vamos por el buen camino. En este sentido, me gusta recordar una cita del popular cantautor Lluís Llach, procesado en su día e incluso detenido en una ocasión a mitad de un recital por ser uno de los cabecillas y protagonistas de la "canción protesta", cuando decía que el mundo habrá cambiado cuando al preguntarle a un niño qué quiere ser de mayor, responda con franqueza y sin titubeos:"de mayor quiero ser buena persona". Como esposa no habría podido estar al lado de nadie mejor que tú; como madre, nos estás enseñando a la peque y a mí, segundo a segundo con tu ejemplo, el mejor modo de hacer las cosas; ¿qué más se puede pedir...?

domingo, 19 de febrero de 2012

Los comienzos

Empiezo esta andadura desde la incomodidad del sillón de un hospital (hasta la segunda noche no descubrí el modo de reclinarlo), pero a su vez desde el placer tan intenso que supone tener contigo a los dos seres más maravillosos con que uno se ha cruzado jamás.

A Pilar, la feliz mamá, esa mujer tan querida y admirada por mí, a quien un día tuve la suerte de encontrar en mi camino, no puedo sino reverenciarla. Lo que viví en el paritorio es inenarrable; después de sentirme cual gladiador de Roma a quien el pulgar del emperador salva la vida en la arena del coso cuando, a punto de nacer nuestra hija, la madre con el dolor de las contracciones acierta a decir un "déjalo" a la pregunta con ademán desairado pero totalmente rutinaria de la matrona cuando dice, moviendo la mano como haciendo correr el aire: "¿lo dejo o lo echo fuera?". Leñe, pensaba que se refería a algún apósito que llevaba puesto, y resultó que yo era el elemento "extraño".

Creo que Douglas en la película Espartaco no se sintió tan afortunado como yo, porque en apenas 3 minutos vino al mundo por esos misterios que tiene la naturaleza humana la pequeña Emília. Digo pequeña porque apenas pesó 2,600kg, pero no sé cómo ese "cuerpito" de apariencia frágil puede albergar tanta fuerza y sabiduría innata. Debe haber nacido con un gen hermano de la cebolla, porque es mirarla o cogerla al brazo y ponerme a llorar de la emoción; pues no sé, como no se parezcan en que va por capas que hay que quitar y poner en cada cambio de pañal o al bañarla, no me explico.
Esto es maravilloso, no deja de sorprenderme el misterio de la vida, pero cuando es tu propia hija a quien ayudas a nacer, a quien cortas el cordón y a quien coges en tus brazos nada más venir al mundo, toda la inmensidad de la galaxia más grandota que podamos conocer parece detenerse y empezar de nuevo con el contador a cero. No en vano se trata de una nueva vida, con todo lo que ello conlleva.

Parece como si nos estuviésemos estado preparando para esto desde hace mucho tiempo, si bien es la nena quien nos va guiando por estos derroteros a su ritmo (en cuanto pueda intentaré explicarle lo de los ciclos circadianos que creo que no lo tiene muy claro), con la sabiduría acumulada de la naturaleza ejemplificada en un bebé.

Cuánto contraste: tan frágil y con tanta fortaleza; tan pequeña pero con tanta grandeza; tan débil pero tan fuerte a la vez...y esto no ha hecho más que empezar. Parece como si los papás nos hubiésemos estado poniendo de acuerdo sobre las tareas y costumbres a adoptar con la llegada de la peque, pero lo bien cierto es que ni siquiera lo hemos hablado...salvo la promesa que hice de levantarme a cualquier hora de la noche si la nena o la madre lo necesitan, y que en su momento amplié al horario diurno ininterrumpido (eso fue en un dolor de madre, con ese sentimiento que tenemos algunos padres de cierta responsabilidad por no poder parir a nuestros hijos; pues si crié barriguita y todo, por solidaridad y para mimetizarme en el ambiente). Y es que parir, lo que se dice parir, no parimos. Eso sí, nos ponemos a parir con facilidad a nosotros mismos y a quien nos rodea. Tampoco podemos dar el pecho (esas pajitas conectadas a sendas botellitas que el papá se pone donde los pectorales; más pensadas para bebés prematuros que para padres "desficiosos" no entran en mis cálculos), pero vivir y sentir la paternidad no tiene parangón.

Nunca pensé que incoar tres hernias de disco por el sillón del hospital fuera tan placentero, ni que contracturarse la espalda por dos sitios a partir del tercer cambio de pañal (vamos a unos 9 por día) pudiera ser tan satisfactorio.

Espero no llegar a ser como esos padres que le ponen un marco a un pañal y presentan la obra a un concurso de "expresionismo", pero es verdad que tener a una hija en brazos, además de romperle a uno muchos esquemas, hace que la vida sea replanteada totalmente porque de momento se te pone todo un poco patas arriba, dicho sea en el mejor sentido de la palabra.

Tanto tiempo esperándola... podría estar mirándola, acunándola, oliéndola (me encanta), besándola...durante todo el día; y el siguiente lo empezaría de nuevo con la misma rutina y con la mayor ilusión.

Tal vez haya perdido el sentido del ridículo (recuerdo haberlo tenido hace tiempo) y haya recuperado un cursilismo que creía olvidado, pero como dije los esquemas cambian. Entre tomas, cambio de pañal y pequeñas cabezaditas, quiero compartir este sentimiento tan universal, gratificante y embriagador como es el de la paternidad. Gracias Pilar por tu fortaleza, por mostrar el camino a seguir, por tu ejemplo. Emília, gracias por colmarnos de felicidad y por ser tan bonica y encantadora; tu padre piensa estar dándote achuchones mientras te dejes.